jueves, 7 de julio de 2011

CUENTOS CORTOS PARA DISENTIR 2.

CUENTOS PARA DISENTIR DE HERALDO ARACEL
El sombreo de Chanel

Una niña regresaba desde la escuela a su casa, lejos de la ciudad, por el camino de siempre pero ese día a la salida del pueblo había una gran pelea de perros que la obligaron a dar una enorme vuelta para reencontrar el camino a casa.
Empezó a llover y se hizo de noche más rápido que de costumbre debido a la entrada del invierno.
La niña corría y corría cada vez más a prisa, ufanía vertiginosa cayó a un lodazal quedando tan embarrada que hubo de sacarse el vestido para lavarlo en un arroyo cercano.
Estaba en esa faena vio un hermoso sombrero que era arrastrado por la corriente. Al sacarlo del agua notó que no estaba mojado, aunque era de una hermosa textura aterciopelada.
Se puso el sombrero y de inmediato sintió que una agradable brisa tibia la recorría de la cabeza a los pies. Se lo quitó asustada y su temor aumentó cuando tocó sus prendas totalmente secas y como si estuvieran recién compradas. Tiró el sombrero lejos, pero al ver que relucía con luz propia se fue acercando poco a poco, hasta que lo tomó y el sombrero dejó de relumbrar.
Leyó en su interior C.O.C.O.
Corrió a su casa con el sombrero entre sus ropas, afortunadamente no estaba su padre y pudo esconderlo junto a las prendas nuevas en que se habían transformados sus modestas vestimentas.
Recordó que su madre, ya muerta, siempre era ofendida o maltratada por su padre cuando llegaba ebrio a su casa. Su madre al otro día le recriminaba su proceder y le reclamaba su falta de atención y cariño hacia su hija, pero nada hacía cambiar a su padre y continuaba con sus reiteradas rabietas.
Además, ¿y si llegaba ebrio y creía que se había robado el sombrero y las ropas nuevas castigándola severamente?
Nunca le contó el hallazgo del sombrero, guardándolo por años.
Con un entusiasmo increíble se propuso salir de su pobreza a toda costa. Pronto se dio cuenta que tenía mucha habilidad para aprender el oficio de costurera. Reparaba y hacía algunos trajes para las señoras más vanidosas del pueblillo ganándose el reconocimiento entre sus clientas.
Su padre murió un invierno frío y lluvioso que no le perdonó la imprudencia de quedarse dormido a la intemperie casi desnudo, por la inconsciencia de su ebriedad.
Muerto su padre y ya siendo una señorita de una figura admirables, tomó la decisión de irse a vivir a la capital de la moda donde comenzó instalando una pequeña casa de cofias y tocados relacionados con la línea del sombrero encontrado años antes.
Un día trataba de diseñar un vestido para concurrir a una fiesta a la que había sido invitada pero le cargaban los corsés, vestidos arrepollados y enorme sombreros emplumados, tomó un antiguo vestido de su madre, el sombrero aterciopelado que guardaba desde niña y con grandes esfuerzos se vistió con ellos. Repentinamente sintió el mismo agradable calor que le recorría de la cabeza a los pies.
Al verse en el espejo comprobó que la prenda se había transformado en un ajustado y elegante vestido de rutilantes tonos azulinos que le hacían resaltar los contornos de su hermosa anatomía.
Apareció en el salón y fue la admiración de los varones acostumbrados a ver ruedos y más ruedos de géneros alrededor de las siempre gordinflonas señoras.
Desde ese momento empezó a ser visitada por las más elegantes damas.
Ella misma servía de modelo al presentarle los diseños que durante la noche bosquejaba y posteriormente se colocaba el sombrero y de inmediato tenía la más increíble transformación.
Pronto fue visitada por grandes estrellas del cine y hombres muy importantes que le ofrecían su nombre, pero ella se mantuvo soltera y dedicada exclusivamente a diseñar trajes y mezclar los mejores olores de la naturaleza convirtiéndolos en los más solicitados perfumes.
Después de la segunda Guerra mundial fue acusada de traición, sus pertenencias destruidas y robado el fantástico sombrero. Años más tarde volvió a diseñar, pero ya no tenía la inspiración de antes; otros ya se habían adelantado en imponer otras modas, sin embargo el mundo la seguía respetando y declarándola una revolucionaria de la moda sencilla, cómoda y liberal, aún después de años de haber dejado este extraño mundo.



La estrella fugaz


Después de la guerra del Pacífico se presentó la necesidad de poblar con chilenos los pequeños pueblos y caletas nortinas. Unos para usufructuar del trabajo de las guaneras y otros para rasgar la tierra en busca del caliche y otros minerales en menor cantidad. Muchos se ilusionaban con riquezas que jamás les llegaron porque iban a parar a manos de las poderosas Compañía mineras extranjeras que aportaban los primeros dólares para comenzar la explotación. Al poco tiempo los multiplicaban por miles debido a los miserables pagos a sus trabajadores. Estos pampinos luego de un par de meses se daban cuenta del engaño al que habían sido sometidos, pasando de pobres obreros a despreciados indigentes, trabajando por la comida y un albergue miserable en medio de la chusca y el abandono. Doblegados por los abusos de los Capataces. Estos individuos eran una especie de patrones, jueces y policías dentro de las Oficinas Salitreras. Estaban tan alejados de la Capital que era imposible volver, primero por el costo de los pasajes y porque normalmente los medios de transporte también eran de sus patrones o tenían alguna relación con los dueños de las Compañías. En esas condiciones seguían por años desangrándose en la miseria sin poder relatar la falsedad de los ilusorios beneficios que pregonaban los reclutadores de mano de obra para “enganchar”, a veces a familias enteras en la aventura de hacerse millonario con la extracción del “oro blanco”.
Por las pequeñas aldeas polvorientas al Norte de Santiago, continuamente pasaban caminantes o comerciantes que se robaban a niños pequeños para criarlos como ayudantes de dudosas profesiones o eran vendidos a los dueños de las calicheras del Norte Grande. Los Capataces pagaban muy buen precio por ellos, sabiendo que a futuro tendrían un aliado incondicional, un trabajador apegado a su voluntad, muchas veces aceptando su esclavitud como una forma de eterna gratitud a su benefactor.
Falto de toda noción de las escasas garantías laborales que reinaban en las salitreras pampinas, pasaba a ser el guardián más leal de su patrón, el que velaría por su seguridad contándole todos los asomos de insurgencia entre los descontentos obreros.
Sin documentos ni persona alguna que velara por sus derechos, estos embrutecidos calicheros se rendían a su protector como si fuera el amo del mundo.
Al atardecer de un día de verano, uno de estos cachivacheros, al pasar por un pequeño poblado vio la riña de unos muchachos en un sitio a un costado del poblado. Al instante se percató que uno de ellos tenía mucho ímpetu para defenderse. El hombre iba montado en un brioso corcel negro, tirando con una soga a otro animal alazán cargado con algunos cachivaches. Se acercó al grupo y estos se disolvieron quedando el niño más alto solo sentado sobre una roca.
-¿Por qué pelean? – le dijo el hombre.
-No sé- dijo el niño.
-¿Cuántos años tienes?
-Como diez.
-¿Y eres tan alto para tu edad, no me estás mintiendo?
-Mi papá es muy grande.
-¿Te quieres ganar unas monedas de plata? – le dijo el hombre.
-Sí.
-Necesito saber donde puedo comer y dormir.
-Yo sé.
-Llévame y te pago.
- Ya…
Para que tome confianza le pasó dos monedas de peso que brillaban como el oro bajo las primeras estrellas.
El niño las tomó y las llevó apretadas a su mano izquierda.
-¿Quieres subir a caballo para que no te canses?– le dijo el hombre
-Bueno - dijo en niño.
El hombre acercó el alazán a unas rocas para que el niño pudiera montar el animal entre alforjas y frascos de diferentes olores y tamaños.
-Afírmate bien - le dijo - que este caballo es medio chúcaro cuando monta algún niño.
Un par de metros más adelante el hombre emitió un silbido generando en el alazán un par de brincos.
El niño casi sale disparado por los aires, pero el hombre se acerca, lo toma de la pretina del pantalón y lo pasa de un tirón a la parte delantera de su montura iniciando una loca carrera hacia las afueras del pueblo con el muchacho atravesado como un costal en el cuello del corcel negro, mientras el alazán libre del muchacho corría delante de ellos como si fuera indicándoles el camino a seguir. Ya muy retirado en medio de la soledad el niño le pedía que por favor lo regresara a su casa, pero en vez de acceder, le propinó una tunda con la fusta con que golpeaba los caballos para sacarle más rapidez.
El niño asustado y temeroso de otro castigo terminó por continuar el viaje llorando calladamente todo el camino montado, ahora, en el alazán cargado de bártulos.
A los dos días de cabalgata se encontraron en un desierto interminable pero el hombre seguía viajando, sólo deteniéndose para comer algo y beber un poco de agua. En la noche lo amarraba junto al caballo que al menor movimiento del niño relinchaba despertando al hombre. Este, comprobaba las ataduras y si habían indicios que hubo intención de soltarse, le propinaba un par de correazos, reapretando los nudos aún más fuertes.

En la tercera noche el hombre se apeó del caballo para revisar el lugar en donde pasarían la noche. Confiado que el muchacho no sabía en donde se encontraba y le sería imposible escapar, el hombre empezó a preparar una especie de nido para pernoctar. Estaba en esos menesteres cuando una estrella fugaz pasa iluminando el cielo y parece caer muy cerca de ellos. Los caballos se encabritan y salen espantados cada uno
hacia diferentes horizontes. Mientras el Alazán iba dejando una estela de polvo y trastos con el niño pegado como lapa en su montura, el corcel negro se perdía hacia la derecha en un espejismo lunar eternamente plano y distante.
Varios kilómetros más adelante se detiene el caballo al límite de sus fuerzas y sigue caminando con mucha dificultad.
El niño se amarró como pudo a su montura dejándose llevar con toda calma por el infinito desierto hasta que se quedó dormido de cansancio.
Con las primeras luces despertó el muchacho y buscó algún lugar en donde poder atar al caballo y descansar. A lo lejos vio unos montículos y guió al caballo sin apresurarlo, porque tenía miedo que nuevamente comenzara otra loca carrera.
Al llegar al lugar se percató que varios círculos de piedras blancas iban amontonándose unos sobre los otros, formando un pequeño cerro que a la distancia parecía un solo montículo.
Alrededor de las piedras encontró una planta verdosa con hojas gruesas y espinosas, encerradas en una especie de caverna de piedras de colores. Amarró el corcel sujetando las correas de las bridas bajo una enorme piedra, tomó unas hojas y se las dio de comer al caballo. El animal las mordisqueó y le escurrieron unas gotas por el hocico.
Esperó un momento y también empezó a mordisquearlas encontrándolas dulces y jugosas, aunque un poco ásperas, después buscó una sombra entre los enorme peñascos.
Nuevamente el sueño lo venció y se quedó totalmente dormido despertando con el Sol que se perdía en un horizonte rojo y multicolor.
De pronto una estrella marca su ruta en el firmamento y termina su brillante carrera cerca del lugar en donde estaba el caballo que nuevamente sale disparado por el infinito horizonte ya negro y difuso.
En el lugar donde cayó la supuesta estrella se iluminó como si la cometa se hubiese repartido en muchos pedacitos de luces azulinas apenas perceptible.
Tímidamente el muchacho se acercó y tomó la más brillante. Era una hermosa piedra con forma de huevo de codorniz y con un brillo que se hizo más fuerte al contacto de sus manos. El niño se imaginó que era un hermoso metal y lo empezó a contemplar con mucha alegría.
-Si pudiera enseñar este metal a mi padre seguro que sabía lo que es y me daría un premio por entregárselo.
La piedra tenía colores que iban cambiando continuamente como si en su interior decenas de lamparitas rotaran sus rayos luminosos hacia fuera de ella.
-Que hermosa es la piedra y no puedo mostrarla a mis padres – se lamentó el muchacho.
Quedó admirando el esferoide elevando sus pensamientos en voz alta – Cómo me gustaría estar con ellos en este momento –dijo y desapareció.
Al instante se encontró en medio de la modesta casa de sus padres, iluminada por la piedra.
Sus padres despertaron con la luminosidad que inundaba su habitación contemplando con horror la visión de su hijo sosteniendo una luz que parecía venir de cien candelabros.
Debido a que el niño había desaparecido hacía varios días, creyeron que era su espíritu el que volvía del más allá.
Sólo se calmaron cuando el niño le acercó la piedra a su padre y le explicó en un desordenado relato todo lo que había pasado hasta encontrar la piedra.
Después de mucho analizar la piedra que se mantenía con una luz blanquísima, el padre sospechó que debería ser una piedra mágica que concedía deseos.
-Quiero que tengamos mucha comida y los mejores vinos de la región- murmuró, como haciendo una prueba para verificar sus sospechas, obviamente deseando lo más básicos de sus necesidades.
Al instante la casa se llenó de todo tipo de meriendas. Con esfuerzos pudieron salir de la habitación para darle cabida a los exquisitos manjares, carnes de todo tipo y una hermosa colección de vinos.

Se quedaron mirando asombrados y más de alguno debe haber pensado cómo iban a consumir toda esa cantidad de comida.
Todos tenían diferentes conjeturas y por fin el padre le preguntó al niño si en aquel lugar había más de las mismas piedras.
-Creo que sí dijo el niño, porque estaba todo tan iluminado,...y la estrella se rompió en varios pedazos.
-Ya sé, siempre las cosas mágicas conceden tres deseos y tú ya pediste el primero - le dijo la madre al hijo - y tú pediste el segundo - le dijo al marido - tenemos que pensar en el tercero...
-Dime como es el lugar y lo encontraré - le aseguró el padre al niño.
Pero después de sacar cuentas de distancias y caminos indicados por el niño no recordó ningún lugar que coincidiera con esas características.
-Finalmente la madre le propone - “podrías pedirle a la piedra volver al mismo lugar y traer varias piedras y con ellas viviríamos como reyes”
-¡Buena idea!- dijo el hombre y le pidió a la piedra volverlo al lugar en donde el niño la había encontrado.
Al instante el padre desapareció quedando la madre y el hijo en medio de la oscuridad rodeada de alimentos y la esperanza de volverlo a ver con muchas piedras brillantes para vivir en la opulencia y felicidad.
Pasaron los días y no pudieron consumir todos los alimentos antes que se descompusieran por completo, quedaron nuevamente en la más completa soledad y pobreza sin que apareciera el esposo y padre para llenarlos de riquezas.

Muchos años más tarde, dicen los viajeros, que se encuentra camino a Baquedano un anciano demente que toma las piedras en forma de huevo, las examina y después las eleva hacia las primeras estrellas de la noche como haciendo un rito eterno y reiterativo. Las vuelve a revisar con tristeza y las deja en su lugar siguiendo un camino interminable hacia las sombras de las noches nortinas en medio de un eterno desierto.

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