miércoles, 17 de octubre de 2012

GUERREROS OLVIDADOS (CHILE)


2010
PATAGONES   Chonex
Veloces huemules de manadas frías
escapaban por los prados palpitantes,
ni tehuelches, ni sus perreras jaurías
alcanzaban sus pezuñas galopantes.
Furtivando entre maitenes y arrayán
las bandurrias y avutardas del estrecho
alzan su vuelo hacia el puerto San Julián.
buscando del sacro Chalten su repecho.
Guanacos y maras de sabores finos
disputan pastizales con el pudú.
Atentos por si aparece el gran felino,
y prestos a las patadas del ñandú.
Sus grandes ríos: Gallegos, Colorado,
Chubut, Grande, Las Minas y Santa Cruz,
hartaron los siglos con peces dorados,
y en sus riadas vastas: nació la luz.
El puma de la estepa de los glaciares
fue el felino vecino del milodón.
Alacalufes, onas y los yaganes:
dignos antepasados del patagón.
Antes de la Era Glacial insensible
vencieron al frío. Más de trece mil años
con la rudeza de una raza increíble
sobrevivieron con sus mitos extraños.
Kokesne vino del solitario antártico
trayendo a Shie con sus copos helados.
Elal, que voló desde el lejano Atlántico
trajo Chonex, por Wendeunk tutelados.
Y les entregó los secretos del fuego,
inventó el arco de flechas infalibles.
Les enseñó la pesca y la caza. Luego
Kellfü lo regresó a su mundo invisible.
El Sagrado Cisne del hábil Maestro
de boleadoras simples y certeras,
no temía del gran Valichú siniestro:
el Chonex lo cuidaba la vida entera.
Eran tiempos de las mágicas pinturas
cultivadas en la faz del patagón,
por la pasividad o escasas rupturas.
Solidario: buen ejemplo de anfitrión.
Eran estepas dulces como un panal,
silente como sepulcro milenario,
inmensamente simples como un dedal,
eternamente amigas del estepario.
Forjaban la Patagonia con los vientos
galopando por praderas de desiertos.
Con incansables suspiros polvorientos
buscaban al Dios Sol con huesas de muertos
que adormecido en su lecho sideral,
por muchas lunas su calor negaba.
El Valichú lo trocaba en temporal
y toda la pampa en hielos se tornaba.
Los ciclones desbocados sorprendían
caminos inexistentes del guerrero.
A veces inútiles caminos florecían
pero, ya nadie seguía sus senderos.
Las ocres extensiones eran tan grandes
que no existieron ojos para admirarlas.
Del mar azul hasta el blanco de Los Andes
sólo el cóndor vivió para vigilarlas.
Llegó del Sur el viento congelador
arrasando calafates de su lecho,
y las escarchas eternas del estrecho
quitábanle a los árboles su calor.
Llegó del Norte el extranjero voraz,
con las funestas muertes desenvainadas,
sangró el estrecho con filosas espadas
en nombre del Altísimo y Satanás.
Y desflorando la pampa generosa
exterminó a patagones inocentes
con sus vicios y pestes vergonzosas
con masacres y mil trueques de aguardiente,
ajenos al idioma del poderoso
ególatra y vendedor de Santidad
que azotaba con un diezmo vergonzoso.
se extinguió el Patagón en la soledad.


EXTERMINIO DE LOS ONAS
Eterna Patria asilada
en una injusta caverna,
donde el Milodón inverna
sobre la nieve escarchada.
Allí nacieron las penas
de míseros alimentos
arrancadas con lamentos
a gélidas alacenas.
Y no era justa la vida
en el frío del estrecho,
pero, nacían por derecho,
ya, libres y sin heridas.
En sus canoas parían,
como ballenas del mar
dándoles de amamantar
mientras los copos caían.
Cuando la mente razona
sobre las vidas truncadas
por invasores de espadas
exterminando a los Onas,
aprendo que no hay razón
para sentirse orgulloso
del extermino alevoso
de esta humilde población.






SUR DE CHILE
Venas de cristal ocultas por brazos de eterna luma,
cálices rebasados de vesánicas soledades
apacibles y transparentes apresando a la Luna.
Mi
l montes atiborrados de brisas y tempestades.
Piedras del vientre rojo del volcán, son esculpidas
por lutos de noches que ocultan zorros sigilosos,
claras huellas de huemules de pesuñas presumidas,
largos colmillos del puma letal y victorioso.
Mimbres y cerámicas metafóricas parlantes.
Grana subyugada a la condición del subsistir.
Eterna lid de los hombres y la pasión constante
en doblarle al destino el azar de sobrevivir.
Enormes corazas verde para un doliente cielo
herido por las sempiternas púas del pehuén.
Nido eterno del cóndor vigilante en su alto vuelo,
refugio impenetrable de las huestes de Purén.
Templo virgen, negado para dioses vengadores;
gruta tutelar de los hijos de Caupolicán,
donde eternas guirnaldas verdes y de rojas flores
sobreviven, apenas, al degüello del gañán.
Caza necesaria para vivir siglos latos;
lunas nuevas, de radiantes esplendores morenos;
días de calafate y murta, de inviernos ingratos;
horas del piñón y pesca en ríos de peces, llenos.




REBELION MAPUCHE

Llegó la espada por caminos inciertos
y nacieron cruces de cielos e infiernos.
La floresta lloró millares de muertos
que recibió con temporales de inviernos.
Ocultaron el genocidio Araucano
diseminado por turbulentos hombres
que nunca lo miraron como su hermano
dentro de sus templos de sagrados nombres.
Con aceites sucios su frente lavaron,
vistiéndolo con mortajas de la greda
y con incienso de lágrimas sellaron
el sepulcro de sus imborrables penas.
Con su sangre coronaron el prestigio
de una guerra criminal y castellana,
justificando dominios con litigios
unilaterales de su raza hispana.
La muerte lo introdujo en su limbo cruel
para iluminar los cuerpos flagelados
y mutilados en guerras sin cuartel,
en nombre de Monarcas Santificados.
Con sudarios destrozados por el hierro
de arcabuces y de filosas espadas,
bajó mudo al lecho de su propio entierro,
llevando el dolor a su última morada.
Tristes, inmensamente fríos y solos,
y pisadas por la herradura animal
quedaron las huesas Mapuches como olas
de muerte, causada en forma criminal.
La Fauna lloró también millones de ellos,
detestados por el hombre acorazado.
Los volvió semillas en sus propios nichos,
brotando Toquis de arrojos impensados.
Nacieron entre miles de conciencias vivas
los clamores de justicia y libertad.
Y crecieron como riadas sorprendidas
los guerrilleros de la inmortalidad.
Cayeron como palpitantes cascadas
sobre la tierra sus doradas semillas,
germinando Loncos con inesperadas
fuerzas para vencer a los de Castilla.
Los mantos de la muerte los esperaban
con gargantas rugiendo gritos rebeldes
Los arcos, tripas españolas tensaban,
y flechas trisaban sus pechos endebles.




LIBERTAD MAPUCHE

Nació el grito desde gargantas fuertes,
cruzando las fronteras de los miedos.
Con ritos orgullosos de la muerte
enlutó grandes huincas del asedio.
¡Libertad!, era el canto libre…, libre
entre Toquis y Machis poderosos.
  Se incrustó en huestes invencibles
del mapuche cien veces belicoso.
Adorando desde la Caicai al Trauco
brotó entre los montes de bosque y mar.
Se detuvo en el cielo de Arauco
y siguió como ejemplo universal.
Germinó de Norte a Sur incansable,
invisible, sigiloso, sereno,
alerta, victorioso, irrefutable
y más fuerte que en los lejanos reinos.
Se hizo lamento fúnebre y temido
entre los guerreros usurpadores.
Atacó con las fuerzas de un felino
los pechos tapizados de blasones.
Irrigó con la sangre  de los vientos
el brazo del guerrero hecho pan libre.
Tan libre como ninguno en su tiempo.
Tan único como flor de copihue.
Agitó las campanas de los templos,
humilló sotanas del shamán blanco,
soplando sobre sus pobres lamentos
de silencio y rezo morocristiano.
Cercenó las cabezas empolvadas
por entre sus penachos perforados.
Y sobre lomos de veloces maras
siguió mil caminos inesperados.
Sobre la sangre virgen  del copihue
forjó la derrota del castellano.
Con pértigas  basadas en Coligues.
venció los ejército soberanos.
Con ponchos mapudungun, taponó
los azules cristales de sus caras,
dejando sus noblezas orgullosas
sin la horma de calzones de hojalata.
Levantó a los mapuches invencibles
para hacerse más dueño de su tierra.
Destrozó con mil zarpazos de tigre
el pecho hispano y su coraza nueva.
El grito “Arauco no será domado”.
Le revienta los oídos al Huinca.
Le taladra sus sentidos gastados
de infames leyes expansionistas.
Renegó tres siglos interminables
las coronas pulidas del hispano,
frenando a sus dioses minerales
con pehuenes, canelos y avellanos.
Aún suenan en Arauco y Temuco
los golpes cristalinos de las chuecas,
los rugidos de libertad del Brujo,
machacando una deformada testa.
Regresan derrotados a sus fuertes
defendidos con cañones y espadas,
esperando su fin de fuego y muerte.
Muertes clavadas en cruces paganas.
En nombre de su Santísimo Dios,
buscaban tesoros para sus urnas
repletas de aljófares, plata y oro.
Entre chiripas y modestas rucas
quedaron los gritos desgarradores
de Valdivia y sus corazas intrusas,
  huyendo los demás conquistadores.
     Invencible como afilado sable
    buscó sus azules venas divinas
entre sus fuertes de piedra inviolable,
sobre las nieves de cumbres andinas.
Libertad del osado Caupolicán,
Lautaro, Colo Colo, Pelantaro,
Tucapel, Galvarino y Lincoyán;
los Caciques y Toquis del Arauco.
¡Regresa a tus palacios Huinca tregua!
¡No pises el Arauco nunca más!
¡El mapuche es el dueño de sus tierras!
¡Libertad es su orgullo…, libertad!




COMO EL CANELO

Como la magia del sagrado canelo
de hojas llenas de vida, llenas de muerte;
de tronco débil, pequeño, casi inerte,
nacieron Toquis bajo callados suelos.
Algunas veces la sangre fue la sabia
blanca que nutrió sus hojas temerosas,
y se revistió del color de las rosas
sobre pechos desgarrados por la rabia.
Brotaron como oasis en el desierto,
como un milagro natural de la vida.
Escalaron entre las ramas raídas
con gritos llenos de futuros inciertos.
Tímidos buscaron entre piedras mudas
“Renegados” de ojos cansados de llantos,
que protegidos bajo su propio manto
clavaran cruces en las huestes más rudas.
Y crecieron fuertes como los canelos,
como gigantes de montes centenarios,
como espartanos, troyanos o corsarios,
defendiendo sus Dioses y sacros suelos.
La rama del canelo: fue luz atenta.
Su nutrida sombra: muro a bayonetas.
Sus raíces vivas: las armas secretas
contra las persecuciones más violentas.
Como panal el invasor fue creciendo,
multiplicando sus cabezas, sus ojos,
sus orejas y manos ensangrentadas.
Y trajo más naturales castellanos,
más esclavos, ramplones, y caballeros
que negaban a sus hermanos bastardo
nacidos en estirpes de barro virgen.
Violó pactos de Capitanes y Loncos.
subyugó a presos y negros africanos.
Cercenó las testas, orejas y manos
de aquellos que no aceptaron a sus Dioses
desgastados en santas guerras inútiles.
Las heridas de la sangre araucana
se hicieron copihue oculto de dolor.
Y la tierra ferrosa: apacible féretro
recibiendo a los héroes centenarios.
subió a la cima de Los Andes el grito
de justicia, el canto hecho  “Rebelión”.
No quedó como témpano milenario
eternamente  quieto, helado y blanco.
Pasó de frontera en frontera y voló
entre mares, montañas, playas y selvas
hasta forjarse un bramido universal.
Escaló hasta  la cima del Tupungato
y regó con su roja sangre munífica
las simientes guerreras hechas pan libre.
Y crecieron los  mapuches con sus lanzas
empapadas de sangre azul española,
mezclándola con pedazos de casacas,
morriones, corazas y osamentas blancas.
Siglos eternos negó su potestad,
volando con pies descalzos y seguros
sobre brumas otoñales de los ríos,
entre bosques de quilas impenetrables,
bajo coihues, araucarias y pehuenes.
Sobre los volcanes y cumbres andinas
rodeando lagos de eternos misterios.
Reino  del copihue escarlata  encendido.
Imperio de los indómitos guerreros.
Patria del mapuche jamás sometido.
Dominios de hombres del sagrado canelo.





LAUTARO

Llegó el mes de Febrero con tropeles intempestivos,
con espadas desenvainadas y arcabuces dispuestos,
y no respetó las vidas de tantos Loncos nativos,
no le bastó la plata de Porco, el diezmo o los impuestos.
Traía los siglos nuevos, con nuevos sabios Platónicos
que imprimían en sus antiguos textos caminos gastados,
buscadores de tesoros para su país agónico.
Un luto amargo, por sus eternos Dioses cercenados,
lloró la mujer mapuche sobre el Río Mataquito.
Los Loncos buscaron Toquis entre guerreros versados,
aguerridos, valerosos y poderes infinitos.
Mientras Tirúa paría la simiente libertaria,
el Caudillo valeroso y estratega militar.
Hijo de Águila Negra (un Lonco de raza visionaria).
Fue un Traro Veloz, que otros Jefes han querido imitar.
A los once años le arrebataron su progenitor
que no vio sus batallas y su justa sublevación
sobre los mismos corceles que montó su protector.
Su padre Curiñancu no conoció su educación.
Marcos Vea, gran español, fue el amigo y profesor.
Le enseñó el uso de las armas y la caballería.
(No eran centauros invencibles ajenos al dolor,
eran mortales, hambrientos de famas y fruslerías).
Escapó el paje de Valdivia, poderoso señor.
Lleva consigo el trofeo de Godinez y un corcel.
Busca a su pueblo sofocado de injusticia y dolor
para enseñarle las artes de una guerra sin cuartel.
Colo Colo, aceptando razones de libertad
convocó a los Capitanes del Bío Bío cercano.
Lincoyán y Tucapel, aceptaron con seriedad.
Paicaví y Elicura lucharían por sus hermanos.
Era Lautaro el Líder necesario para la guerra,
el que uniría a su pueblo cercenado en Andalién,
y lucharía a muerte para recuperar sus tierras
con valerosos guerreros tan fuertes como un Pehuén.
Entre los montes del Chile fértil cabalgó Lautaro,
enseñando con maestría lo que aprendió del huinca.
Cabalgando tan invisible y rápido como un disparo
asoló fuertes, incipientes pueblos y grandes fincas.
De la campana llena de lamentos saltó el badajo
que se perdió entre las gredosas humedades del traro.
El guardamancebo no aguantó el tirón y se fue abajo
rebotando en el vientre Tirúa que parió a Lautaro.
Allí, a una mano española se le había soltado
por la saeta certera que humilló su corazón
en el Fuerte Tucapel. El Ordenanza del Mandado
con su hueste mapuche, ya había tomado posesión.
No fue su Dios quien su dramática muerte decretó,
y no eran Santos los que pedían por su alma mugrienta.
Era el Gran Cacique Lautaro que Valdivia educó,
era Arauco que le sacudía su nobleza sangrienta.
Luciendo la espada y el clarín de la Capitanía,
del que arrasó a su pueblo cercenándoles sin piedad
creyendo que de esa suerte su orgullo doblegaría,
sentenció su venganza por los abusos de crueldad.
Sus espías recorrían fortalezas españolas
aprendiendo que sus costumbres, sus miedos y dolores
eran iguales a los suyos: simples como las olas.
No eran dioses o centauros, sino simples pecadores.
Y penetró galopando a las casas de Concepción
como Héctor, como Aquiles, Leonidas o el gran Ulises.
Y el fuerte altivo, ya considerado como un bastión,
fue vencido, quemado y despoblado hasta sus raíces.
Del caudillo de los mapuches, Villagra aprendería
que no eran forajidos, borrachines o desertores,
sino, hombres de la tierra, con astucia, valentía,
indomables y atrevidos. Como guerreros: mejores.
Como Leonidas, traicionado por un desertor,
con mil flechas doblegarían sus huestes indomables.
Transformando la noche pasiva en sombras de terror,
cortando su testa para exhibiciones miserables.
Con esa muerte legaría una Logia Lautarina
seguida por Gurruchaga, por José de San Martín,
por O`higgins y Alvear, contra las huestes afuerinas
que después de siglos negros verían su eterno fin.

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