sábado, 10 de enero de 2015

CUENTOS CORTOS

LA ESTRELLA FUGAZ
         

Después de la guerra del Pacífico se presentó la necesidad de poblar con chilenos los pequeños pueblos y caletas nortinas. Unos para usufructuar del trabajo de las guaneras y otros para rasgar la tierra en busca del caliche y otros minerales en menor cantidad. Muchos se ilusionaban con riquezas que jamás les llegaron porque iban a parar a manos de las poderosas Compañía mineras extranjeras que aportaban los primeros dólares para comenzar la explotación. Al poco tiempo  los multiplicaban por miles debido a los miserables pagos a sus trabajadores. Estos miserables, luego de un para de meses, se daban cuenta del engaño al que habían sido sometidos, pasando de pobres obreros a despreciados indigentes trabajando por la comida y un albergue miserable en medio de la chusca y el abandono. Doblegados por los abusos de los Capataces. Estos individuos eran una especie de  patrones, jueces y  policías dentro de las Oficinas Salitreras. Estaban tan alejados de la Capital que era imposible volver, primero por el costo de los pasajes y porque normalmente los medios de transporte también eran de sus patrones  o tenían alguna relación con los dueños de las Compañías. En esas condiciones seguían por años desangrándose en la miseria sin poder relatar la falsedad de los ilusorios beneficios que pregonaban los reclutadores de mano de obra para “enganchar”, a veces a familias enteras en la aventura de hacerse millonario con la extracción del “oro blanco”.
Por las pequeñas aldeas polvorientas al Norte de Santiago,  continuamente pasaban caminantes o  comerciantes que se robaban a niños pequeños para criarlos como ayudantes de dudosas  profesiones o eran vendidos a los dueños de las calicheras del Norte Grande. Los Capataces pagaban muy buen precio por ellos, sabiendo que a futuro tendrían un aliado incondicional, un trabajador  apegado a su voluntad, muchas veces equivocando su esclavitud como una forma de eterna gratitud a su benefactor.
Falto de toda noción de las escasas  garantías laborales que reinaban en las salitreras  pampinas, pasaba a ser el guardián  más leal de su patrón, el que velaría por su seguridad contándole todos los asomos de insurgencia entre los descontentos obreros.
Sin documentos ni persona alguna que velara por sus derechos, estos embrutecidos calicheros  se rendían a su protector como si fuera el amo del mundo.
Al atardecer de un día de verano, uno de estos  cachivacheros al pasar por un pequeño poblado vio la riña de unos muchachos en un sitio a un costado del poblado. Al instante se percató que uno de ellos tenía mucho ímpetu para defenderse.  Se acercó al grupo y estos se disolvieron quedando el niño más alto solo sentado sobre una roca.
-¿Por qué pelean? – le dijo el hombre.
-No sé- dijo el niño.
-¿Cuántos años tienes?
-Como siete.
-¿Y eres tan alto para tu edad, no me estás mintiendo?
-Mi papá es muy grande.
-Te quieres ganar unas monedas de plata? – le dijo el hombre.
-Si.
-Necesito  saber donde puedo comer y dormir.
-Yo sé.
-Llévame y te pago.
- Ya…
- Para que tome confianza le pasó dos monedas de peso que brillaban como el oro bajo las primeras estrellas.
El niño las tomó y las llevó apretadas a su mano izquierda.
-¿Quieres subir a caballo para que no te canses? – le dijo el hombre
-Bueno - dijo en niño.
Lo tomó de la mano derecha y le puso el pie del estribo para que el niño lo usara de peldaño. De  un tirón quedó  montado en la grupa del corcel, entre alforjas y frascos de diferentes olores y tamaños.
-Afírmate bien - le dijo - que este caballo es medio chúcaro cuando montan dos en su lomo.
 En cuanto sintió que el niño estaba asido a la montura, lo tomó de un lazo que hacía las veces de cinturón del pantalón del niño y  emprendió una veloz carrera hacia las afueras del pueblo. Ya muy retirado en medio de la soledad el niño le pedía que por favor lo regresara a su casa, pero en vez de acceder, le propinó una tunda con la fusta con que golpeaba al caballo para sacarle más rapidez.
El niño muy asustado y temeroso  de otro castigo terminó por continuar el viaje llorando calladamente todo el camino.
A los dos días de cabalgata se encontraron en un desierto interminable pero el hombre seguía viajando, sólo deteniéndose para comer algo y beber un poco de agua. En la noche lo amarraba junto al caballo que al menor movimiento del niño  relinchaba despertando al hombre. Este, comprobaba las ataduras y si habían indicios que hubo intención de soltarse, le propinaba un par de correazos, reapretando  los nudos aún más fuertes que los ya existentes.
En la tercera noche el hombre se apeó del caballo para revisar el lugar en donde pasarían la noche. Confiado que el muchacho no sabía en donde se encontraba y le sería imposible escapar, el hombre empezó a preparar una especie de nido para pernoctar. Estaba en esos menesteres  cuando una estrella fugaz  pasa iluminando el cielo y  parece caer muy cerca de ellos.  El caballo se espanta y sale en una loca carrera con el niño pegado como lapa a la montura.
Varios kilómetros más adelante se detiene el caballo al límite de sus fuerzas y sigue caminando con mucha dificultad.



El niño se amarró como pudo al corcel y se dejó llevar con toda calma por el infinito desierto hasta que se quedó dormido de cansancio.
Con las primeras luces despertó el muchacho y buscó  algún lugar en donde poder  atar al caballo y descansar. A lo lejos vio unos montículos y guió al caballo sin apresurarlo, porque tenía miedo que nuevamente comenzara otra loca carrera.
Al llegar al lugar se percató que varios círculos de piedras blancas iban amontonándose unos sobre los otros, formando un pequeño cerro que  a la distancia parecía un solo montículo.
Alrededor de las piedras encontró una planta verdosa con hojas gruesas y espinosas encerradas en una especie de caverna de piedras de colores.  Amarró el corcel sujetando las correas de las bridas bajo una enorme piedra,  tomó unas hojas y se las dio de comer al caballo. El animal las mordisqueó y le escurrieron unas gotas por el  hocico.
Esperó un momento y también empezó a mordisquearlas encontrándolas dulces y jugosas, aunque un poco ásperas. después buscó una sombra entre los enorme peñascos.
Nuevamente el sueño lo venció y se quedó totalmente dormido despertando con el Sol que se perdía en un  horizonte  rojo y distante.
De pronto una estrella marca su ruta en el cielo y termina su brillante carrera cerca del lugar en donde estaba el caballo que nuevamente sale disparado por el infinito desierto.
En el lugar donde cayó la supuesta estrella se iluminó como si la cometa se hubiese repartido en muchos pedacitos de luces azulinas apenas perceptible.
Tímidamente el muchacho  se acercó y tomó la más brillante. Era una hermosa piedra con  forma de huevo de codorniz y con un brillo que se hizo más fuerte al contacto de sus manos. El niño se imaginó que era un hermoso metal y lo empezó a contemplar con mucha alegría.
-Si pudiera enseñar este metal a mi padre seguro que sabía lo que es  y  me daría un premio por entregárselo,  como me gustaría estar con ellos- dijo.
En ese momento se encontró en medio de la modesta casa iluminada por la piedra.
Sus padres despertaron con la luminosidad que inundaba su habitación contemplando con horror la visón de su hijo sosteniendo una luz que parecía venir de cien candelabros.
Debido a que el niño había desaparecido hacía varios días, creyeron que era su espíritu el que volvía del más allá.
Sólo se calmaron cuando el niño le acercó la piedra a su padre y le explicó en un desordenado relato todo lo que había pasado hasta encontrar la piedra.
Después de mucho analizar la piedra que se mantenía con una luz blanquísima, el padre  sospechó que debería ser una piedra mágica que concedía deseos.
-Quiero que tengamos mucha comida y los mejores vinos de la región- murmuró, como haciendo una prueba para verificar sus sospechas, obviamente deseando lo más básicos de sus necesidades.
Al instante la casa se llenó de todo tipo de meriendas. Con esfuerzos pudieron salir de la habitación para darle cabida a los exquisitos  manjares, carnes de todo tipo y una hermosa colección de vinos.

Se quedaron mirando asombrados  y más de alguno debe haber pensado cómo iban a consumir toda esa cantidad de comida.
Todos tenían diferentes conjeturas y por fin el padre le preguntó al niño si en aquel lugar había más de las mismas piedras.
-Creo que sí dijo el niño, porque estaba todo tan iluminado,...y la estrella se rompió en varios pedazos.
-Ya sé, siempre las cosas mágicas conceden tres deseos y tú ya pediste el primero - le dijo la madre al hijo - y tú pediste  el segundo - le dijo al marido - tenemos que pensar en el tercero...
-Dime como es el lugar y lo encontraré - le aseguró el padre al niño.
Pero después de sacar cuentas de distancias y caminos indicados por el niño no recordó ningún lugar que coincidiera con esas características.
-Finalmente la madre le  propone -   “ podrías pedirle a la piedra volver al mismo lugar y traer varias piedras y con ellas viviríamos como reyes”
-¡Buena idea!-  dijo el hombre y le pidió a la piedra volverlo al lugar en donde el niño la había encontrado.
Al instante el padre desapareció  quedando la madre y el hijo en medio de la oscuridad rodeada de alimentos y la esperanza de volverlo a ver con muchas piedras brillantes  para vivir en la opulencia y felicidad.
Pasaron los días y  no pudieron consumir todos los alimentos antes que se descompusieran por completo,  quedaron nuevamente en la más completa soledad y pobreza sin que apareciera el esposo y padre para llenarlos de riquezas.

Muchos años más tarde, dicen los viajeros, que se encuentra camino a Baquedano un anciano demente que toma las piedras en forma de huevo,  las examina y después las eleva hacia las primeras estrellas de la noche como haciendo un rito eterno y reiterativo. Las vuelve a revisar con tristeza y las deja en su lugar siguiendo un camino interminable hacia las sombras de las noches  nortinas en medio de un eterno desierto.
  

JESÚS  Y LA NIÑA

Desde muy pequeña, la niña jamás se durmió, mientras no rezara unas oraciones enseñadas por una abuela muy cristiana.
No importaba a la hora que se acostara, siempre repetía sus rezos.
Cuando entró al Colegio le sumó el Padre Nuestro.
Siempre estaba pendiente de no realizar nada que pueda ofender a Cristo.
Una mañana,  la primera semana de clases del primero básico, no dejó que la madre la tomara por la mano derecha.
-Pásate para el otro lado mamá – le dijo.
-¿Por qué? - le consultó la madre.
-Porque hoy me levanté con Jesús y él me lleva tomada de esta mano...


PICHILINGUE

-¿Cómo se llama señor pintor? –pregunta el niño.
-Pichelingue.
-¿De dónde viene?
-Del Norte del Perú.
-¿No lo molestan por ser peruano?
-A la Plaza de Armas la gente viene a apreciar el arte, no a insultar.
-No me gustaría que lo traten mal, porque pinta bonito y si lo insultan tendría que irse.
-A mí me gusta Chile, llevo diecisiete años acá.  Por  un insulto no me iré,  es como mi país.
-Que bueno, ¿entonces lo volveré a ver?
-Seguro que sí.
-Entonces otro día vuelvo,  adiós Pichilingue.
-Adiós, hermano chileno.


ASILADA EN EL SAN JOSE

Operaron a su hijo de 20 años en el San José. Ella no podía entrar a cuidarlo, sólo unos minutos en horarios de visita.
Como digna mapuche, se asiló en la sala de espera por tres días.
Un completo y dos sopaipillas con mostaza era su dieta diaria.
Con tanto rezo al Cristo,  al tercer día salió caminado con su hijo casi sano.
El Hospital había hecho un excelente trabajo y ya no importaban las restricciones.
En casa tendría todo el tiempo para seguir cuidándolo y preparándole cosas ricas.


COMPRANDO AMISTAD

La abuela de 90 años, iba  a visitar sus amistades.
-Cuando uno llega a vieja debe pagar para mantener las amigas, si no quiere morir vieja y sola. Por ese llevo siempre un engañito, para que me reciban bien – me dijo.
-Tiene razón abuela - en la juventud las amistades llegan solas y no es necesario un regalo para llenarse de alegría y comenzar una fiesta.
-A los viejos un presente es como llevarles un día más de vida y eso hago yo mi niño- me dijo y siguió su lento caminar, sin bastón y  sin lentes, sólo apoyada en su arrugado envoltorio bajo el brazo.


EL CARRO DE SUPERMERCADO

El destartalado carro de supermercado le servía de apoyo y vitrina para exhibir su pobre mercancía entre los puestos de la Feria, frente a la ex FISA.
Un par de cajetillas de cigarros, unos paquetes de calugas, mentitas y pañuelos desechables,  formaban su pequeño Mall ambulante.
Con su disfonía apenas perceptible entre el murmullo de la gente,  su pregón, más parecía una súplica.
En una década no había aumentado más de tres  artículos sobre su carro.
Pero sí,  los años le habían pasado la cuenta, haciéndola más gorda, más lenta, más ronca, más pobre y más vieja.


EDUCACIÓN EN EL SUELO

Los festivos, desde Plaza de Maipú, los trenes salen casi vacíos. Yo tomé un asiento.
En la estación Barranca  sube un muchacho y se sienta en el piso, encima del letrero que advertía no hacerlo para evitar accidentes.
Me levanté y le dije que tomara mi asiento, aún, cuando habían varios desocupados. Con cara de poco amigo me respondió:
-Estoy leyendo y aquí no tengo que cederle el asiento a ninguna vieja…, gorda…
No tuve argumentos para revertir su irreverencia y mala educación que estaba por el suelo.
Y avergonzado volví a tomar mi asiento de caballero.

LA BOMBA

-¿A dónde va?
-A la Escuela Militar.
-¿Supo la noticia del Alférez muerto?
-Sí, le cuento una historia.
En las unidades del Ejército, es tradición recibir a los nuevos con una cena y una bomba, (un jarrón de dos litros con una mezcolanza de varios licores)
Uno de los dos recién llegado se negó a beberlo.
-Si no respeta nuestras tradiciones, lo doy de baja – dijo el Coronel.
-Aún, así no beberé.
Y Fue dado de baja, perdiendo largos años de estudio.
El otro Alférez  murió intoxicado.
Al brebaje le habían agregado pólvora.

El que se negó…, fui yo.






EL NUEVO

-¿Quién es El Nuevo?  - preguntaron algunos en la sala.
-Es un huaso de  Reumén – contestó otro.
Comenzó la clase de canto y el Profesor  hizo salir a un alumno a cantar la canción de Los tres Alpinos.
-Muy bien, tiene un siete acumulativo – le dijo, antes que terminara esa monótona melodía. Y lo mandó a su asiento. Miró a varios y al final llamó a Cutrón. Le indicó cantar cualquier canción que supiera.
Empezó un cuchicheo y risas de varios compañeros que estaban atentos a todos los movimientos del Nuevo.
-No sé cantar – dijo  Cutrón.
-No le he preguntado si sabe cantar, le dije que cante cualquier canción que sepa, el himno de su pueblo, la Canción Nacional, etc.
-No sé cantar – volvió a contestar.
-Si no canta le pongo un  uno  en el libro – le dijo el Profesor.
-No sé cantar – insistió.
-Tome asiento...tiene un uno- dijo el Profesor, ya irritado.
-Pero no canté – repitió el niño  y se fue sonriendo a su asiento.
-¡No conteste jovencito!
-No puede hacerme cantar, sólo para que mis compañeros se burlen de mí.
- No se trata de hacerlo pasar una vergüenza, es para que se acostumbre a desenvolverse en público.
-¿Haciendo el ridículo?, por lo  menos podía haber esperado que los compañeros me conozcan o consultarme si quería cantar.
- Aquí,  no está para ser consultado si quiere o no quiere participar en clase.
­-¡Señor!, coloque la nota, pero no le daré el gusto de ponerme en ridículo. En otros ramos tendré mejores notas,...como no pretendo ser cantante, no me interesa saber tanta música –y se sentó.
El profesor colocó la nota, rojo de ira, pero no continuó el diálogo.
Los pupitres eran bancas para tres alumnos y a él le correspondía el asiento de en medio entre una alumna y un niño con cara de buen amigo.
Siguió la clase en donde los otros alumnos interpretaron la misma canción chilota, que,  aunque monótona, tenía una melodía fácil y pegajosa.
Mientras los demás cantaban para ser ubicados en varios grupos de acuerdo a su timbre de voz, Cutrón  dialogó animadamente con su compañera de  banco. En el recreo siguieron hablando.
La próxima clase era de historia, ahí demostró amplios conocimientos y las felicitaciones de la señorita profesora.
En el segundo recreo, se acerca un muchacho de un curso superior y le pega un feroz codazo en las costillas  al tiempo que le susurra  -“¿Qué pasa con mi polola huaso de mierda?
Cutrón lo encara pero es tomado por varios compañeros de curso sin poder alcanzarlo.
-Te espero afuera conchetumadre – le gritó.
El aludido se fue raudamente hacia otro patio.
-Quién es ese gueón – preguntó El Nuevo.
-Es el Pololo de la Rut, - le contestó el otro-  es el hijo del Rector...
-Si no me toman igual le habría sacado la cresta – dice el nuevo.
-Tú nos caes bien,  por cagarte al profe  y  no te vamos a dejar pelear  dentro del Liceo porque el Director te va a echar cagando y al Franco, no le va a pasar nada.
-Pero a la salida me lo agarro.
A las 12 : 30 horas estaban todos pendientes de la salida de Franco y Cutrón.
Se fueron  acompañado de algunos compañeros de cada curso. Cutrón caminando rápido hacia una cancha de fútbol  y  Franco  rodeado por muchos compañeros que le iban  dando consejos.
Llegaron a la cancha y se quitaron la chaqueta del uniforme y la corbata.
Franco medía  unos diez centímetros más que Cutrón, 12 kilos más de peso y brazos largos.
Tomaron posición como dos boxeadores, pero Cutrón dio se fue encima sin tomar en cuenta la ridícula posición de su oponente ni su estatura,  tomándolo de la camisa y pegándole cabezazos en la cara.
Franco no esperaba esta reacción y como pudo se soltó tirando patadas.
Se retiró un poco y se tocó la cara y su nariz que sangraba y arremete con puños y patadas que  Cutrón amortiguó  colocando el muslo exterior y pegando golpes directo a la cara con su mano  izquierda, aprovechando que el afán de Franco por pegar patadas, descuidaba su guardia superior.
Pasaron varios minutos en que Franco atacaba y Cutrón retrocedía esquivando las patadas, pero golpeando acertadamente a su oponente.
En un momento de descuido de Franco, Cutrón se volvió a pegar de la camisa de su oponente, pero este lo estaba esperando con pies y manos y se fueron al suelo rodando en el pasto de la cancha. Forcejearon incansablemente por varios minutos. Cutrón le rodeó el cuello con el brazo engarzado con la muñeca de la otra mano, hasta que Franco le soltó para tratar de sacarse la presión de los brazos de su oponente. Cuando Cutrón,  notó que Franco se quedó quieto  dando a entender que se rendía, lo soltó.
Se levantaron,  se sacaron la camisa  y se pudo apreciar la esquelética figura  de Cutrón, bastante menor que la de Franco, pero sus brazos tenían las muestras de una persona acostumbrada a cargar bultos y su estómago marcado por la costumbre de realizar ejercicios para endurecerlo. Además, Franco no sabía que Cutrón era asiduo  a  pelear o entrenarse con varios amigos  jugando  a las luchas libres, imitando malamente a los Tigres del Ring, una serial mejicana de moda en esos años.
Nuevamente comenzó  Cutrón a  colocar su pierna izquierda flexionada  con el muslo exterior amortiguando las patadas de Franco  y  con la mano del mismo lado golpeando de frente la cara de su contrincante.
Uno de los parciales de Franco, lo tomó de un brazo y lo retiró, para salvarlo de la golpiza que estaba recibiendo sin ninguna opción de hacerle daño Al Nuevo, que tenía mucha agilidad y una fuerza brutal, considerando su esquelética humanidad.
-Estás sangrando mucho compadre, no vale la pena seguir – le dijo.
Al parecer  el muchacho estaba esperando que alguien lo ayudara, porque bajó las manos y se dedicó a limpiarse la sangre.
-Otro día nos vemos – le gritó a Cutrón.
-Cuando quieras conchetumadre,  las peleas se ganan con sangre y no te tengo miedo.
Desde ese día El Nuevo  adquirió  fama de peleador y pasó sin darse cuenta a matón  temido por los alumnos de los cursos superiores, que no sabían que él tenía más edad que cualquiera de ellos, porque lo pusieron al colegio con más años de los normales y había repetido ya dos cursos.         


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