LA ESTRELLA FUGAZ
Después
de la guerra del Pacífico se presentó la necesidad de poblar con chilenos los
pequeños pueblos y caletas nortinas. Unos para usufructuar del trabajo de las
guaneras y otros para rasgar la tierra en busca del caliche y otros minerales
en menor cantidad. Muchos se ilusionaban con riquezas que jamás les llegaron
porque iban a parar a manos de las poderosas Compañía mineras extranjeras que
aportaban los primeros dólares para comenzar la explotación. Al poco
tiempo los multiplicaban por miles
debido a los miserables pagos a sus trabajadores. Estos miserables, luego de un
para de meses, se daban cuenta del engaño al que habían sido sometidos, pasando
de pobres obreros a despreciados indigentes trabajando por la comida y un
albergue miserable en medio de la chusca y el abandono. Doblegados por los
abusos de los Capataces. Estos individuos eran una especie de patrones, jueces y policías dentro de las Oficinas Salitreras.
Estaban tan alejados de la Capital que era imposible volver, primero por el
costo de los pasajes y porque normalmente los medios de transporte también eran
de sus patrones o tenían alguna relación
con los dueños de las Compañías. En esas condiciones seguían por años
desangrándose en la miseria sin poder relatar la falsedad de los ilusorios
beneficios que pregonaban los reclutadores de mano de obra para “enganchar”, a
veces a familias enteras en la aventura de hacerse millonario con la extracción
del “oro blanco”.
Por las
pequeñas aldeas polvorientas al Norte de Santiago, continuamente pasaban caminantes o comerciantes que se robaban a niños pequeños
para criarlos como ayudantes de dudosas
profesiones o eran vendidos a los dueños de las calicheras del Norte
Grande. Los Capataces pagaban muy buen precio por ellos, sabiendo que a futuro
tendrían un aliado incondicional, un trabajador
apegado a su voluntad, muchas veces equivocando su esclavitud como una
forma de eterna gratitud a su benefactor.
Falto de
toda noción de las escasas garantías
laborales que reinaban en las salitreras
pampinas, pasaba a ser el guardián
más leal de su patrón, el que velaría por su seguridad contándole todos
los asomos de insurgencia entre los descontentos obreros.
Sin
documentos ni persona alguna que velara por sus derechos, estos embrutecidos
calicheros se rendían a su protector
como si fuera el amo del mundo.
Al
atardecer de un día de verano, uno de estos
cachivacheros al pasar por un pequeño poblado vio la riña de unos
muchachos en un sitio a un costado del poblado. Al instante se percató que uno
de ellos tenía mucho ímpetu para defenderse.
Se acercó al grupo y estos se disolvieron quedando el niño más alto solo
sentado sobre una roca.
-¿Por
qué pelean? – le dijo el hombre.
-No sé-
dijo el niño.
-¿Cuántos
años tienes?
-Como
siete.
-¿Y eres
tan alto para tu edad, no me estás mintiendo?
-Mi papá
es muy grande.
-Te
quieres ganar unas monedas de plata? – le dijo el hombre.
-Si.
-Necesito saber donde puedo comer y dormir.
-Yo sé.
-Llévame
y te pago.
- Ya…
- Para
que tome confianza le pasó dos monedas de peso que brillaban como el oro bajo
las primeras estrellas.
El niño
las tomó y las llevó apretadas a su mano izquierda.
-¿Quieres
subir a caballo para que no te canses? – le dijo el hombre
-Bueno -
dijo en niño.
Lo tomó
de la mano derecha y le puso el pie del estribo para que el niño lo usara de
peldaño. De un tirón quedó montado en la grupa del corcel, entre
alforjas y frascos de diferentes olores y tamaños.
-Afírmate
bien - le dijo - que este caballo es medio chúcaro cuando montan dos en su
lomo.
En cuanto sintió que el niño estaba asido a la
montura, lo tomó de un lazo que hacía las veces de cinturón del pantalón del
niño y emprendió una veloz carrera hacia
las afueras del pueblo. Ya muy retirado en medio de la soledad el niño le pedía
que por favor lo regresara a su casa, pero en vez de acceder, le propinó una
tunda con la fusta con que golpeaba al caballo para sacarle más rapidez.
El niño
muy asustado y temeroso de otro castigo
terminó por continuar el viaje llorando calladamente todo el camino.
A los
dos días de cabalgata se encontraron en un desierto interminable pero el hombre
seguía viajando, sólo deteniéndose para comer algo y beber un poco de agua. En
la noche lo amarraba junto al caballo que al menor movimiento del niño relinchaba despertando al hombre. Este,
comprobaba las ataduras y si habían indicios que hubo intención de soltarse, le
propinaba un par de correazos, reapretando
los nudos aún más fuertes que los ya existentes.
En la
tercera noche el hombre se apeó del caballo para revisar el lugar en donde
pasarían la noche. Confiado que el muchacho no sabía en donde se encontraba y
le sería imposible escapar, el hombre empezó a preparar una especie de nido
para pernoctar. Estaba en esos menesteres
cuando una estrella fugaz pasa
iluminando el cielo y parece caer muy
cerca de ellos. El caballo se espanta y
sale en una loca carrera con el niño pegado como lapa a la montura.
Varios
kilómetros más adelante se detiene el caballo al límite de sus fuerzas y sigue
caminando con mucha dificultad.
El niño
se amarró como pudo al corcel y se dejó llevar con toda calma por el infinito
desierto hasta que se quedó dormido de cansancio.
Con las
primeras luces despertó el muchacho y buscó
algún lugar en donde poder atar
al caballo y descansar. A lo lejos vio unos montículos y guió al caballo sin
apresurarlo, porque tenía miedo que nuevamente comenzara otra loca carrera.
Al
llegar al lugar se percató que varios círculos de piedras blancas iban
amontonándose unos sobre los otros, formando un pequeño cerro que a la distancia parecía un solo montículo.
Alrededor
de las piedras encontró una planta verdosa con hojas gruesas y espinosas
encerradas en una especie de caverna de piedras de colores. Amarró el corcel sujetando las correas de las
bridas bajo una enorme piedra, tomó unas
hojas y se las dio de comer al caballo. El animal las mordisqueó y le
escurrieron unas gotas por el hocico.
Esperó
un momento y también empezó a mordisquearlas encontrándolas dulces y jugosas,
aunque un poco ásperas. después buscó una sombra entre los enorme peñascos.
Nuevamente
el sueño lo venció y se quedó totalmente dormido despertando con el Sol que se
perdía en un horizonte rojo y distante.
De
pronto una estrella marca su ruta en el cielo y termina su brillante carrera
cerca del lugar en donde estaba el caballo que nuevamente sale disparado por el
infinito desierto.
En el
lugar donde cayó la supuesta estrella se iluminó como si la cometa se hubiese
repartido en muchos pedacitos de luces azulinas apenas perceptible.
Tímidamente
el muchacho se acercó y tomó la más
brillante. Era una hermosa piedra con
forma de huevo de codorniz y con un brillo que se hizo más fuerte al
contacto de sus manos. El niño se imaginó que era un hermoso metal y lo empezó
a contemplar con mucha alegría.
-Si
pudiera enseñar este metal a mi padre seguro que sabía lo que es y me
daría un premio por entregárselo, como
me gustaría estar con ellos- dijo.
En ese
momento se encontró en medio de la modesta casa iluminada por la piedra.
Sus
padres despertaron con la luminosidad que inundaba su habitación contemplando
con horror la visón de su hijo sosteniendo una luz que parecía venir de cien
candelabros.
Debido a
que el niño había desaparecido hacía varios días, creyeron que era su espíritu
el que volvía del más allá.
Sólo se
calmaron cuando el niño le acercó la piedra a su padre y le explicó en un
desordenado relato todo lo que había pasado hasta encontrar la piedra.
Después
de mucho analizar la piedra que se mantenía con una luz blanquísima, el
padre sospechó que debería ser una
piedra mágica que concedía deseos.
-Quiero
que tengamos mucha comida y los mejores vinos de la región- murmuró, como
haciendo una prueba para verificar sus sospechas, obviamente deseando lo más
básicos de sus necesidades.
Al
instante la casa se llenó de todo tipo de meriendas. Con esfuerzos pudieron
salir de la habitación para darle cabida a los exquisitos manjares, carnes de todo tipo y una hermosa
colección de vinos.
Se
quedaron mirando asombrados y más de
alguno debe haber pensado cómo iban a consumir toda esa cantidad de comida.
Todos
tenían diferentes conjeturas y por fin el padre le preguntó al niño si en aquel
lugar había más de las mismas piedras.
-Creo
que sí dijo el niño, porque estaba todo tan iluminado,...y la estrella se rompió
en varios pedazos.
-Ya sé,
siempre las cosas mágicas conceden tres deseos y tú ya pediste el primero - le
dijo la madre al hijo - y tú pediste el
segundo - le dijo al marido - tenemos que pensar en el tercero...
-Dime
como es el lugar y lo encontraré - le aseguró el padre al niño.
Pero
después de sacar cuentas de distancias y caminos indicados por el niño no
recordó ningún lugar que coincidiera con esas características.
-Finalmente
la madre le propone - “ podrías pedirle a la piedra volver al
mismo lugar y traer varias piedras y con ellas viviríamos como reyes”
-¡Buena
idea!- dijo el hombre y le pidió a la
piedra volverlo al lugar en donde el niño la había encontrado.
Al
instante el padre desapareció quedando
la madre y el hijo en medio de la oscuridad rodeada de alimentos y la esperanza
de volverlo a ver con muchas piedras brillantes
para vivir en la opulencia y felicidad.
Pasaron
los días y no pudieron consumir todos
los alimentos antes que se descompusieran por completo, quedaron nuevamente en la más completa
soledad y pobreza sin que apareciera el esposo y padre para llenarlos de
riquezas.
Muchos
años más tarde, dicen los viajeros, que se encuentra camino a Baquedano un
anciano demente que toma las piedras en forma de huevo, las examina y después las eleva hacia las
primeras estrellas de la noche como haciendo un rito eterno y reiterativo. Las
vuelve a revisar con tristeza y las deja en su lugar siguiendo un camino
interminable hacia las sombras de las noches
nortinas en medio de un eterno desierto.
JESÚS Y LA NIÑA
Desde muy pequeña, la niña jamás se durmió, mientras no rezara unas oraciones enseñadas por una abuela muy cristiana.
No
importaba a la hora que se acostara, siempre repetía sus rezos.
Cuando
entró al Colegio le sumó el Padre Nuestro.
Siempre
estaba pendiente de no realizar nada que pueda ofender a Cristo.
Una
mañana, la primera semana de clases del
primero básico, no dejó que la madre la tomara por la mano derecha.
-Pásate
para el otro lado mamá – le dijo.
-¿Por
qué? - le consultó la madre.
-Porque
hoy me levanté con Jesús y él me lleva tomada de esta mano...
PICHILINGUE
-¿Cómo
se llama señor pintor? –pregunta el niño.
-Pichelingue.
-¿De
dónde viene?
-Del
Norte del Perú.
-¿No
lo molestan por ser peruano?
-A la
Plaza de Armas la gente viene a apreciar el arte, no a insultar.
-No me
gustaría que lo traten mal, porque pinta bonito y si lo insultan tendría que
irse.
-A mí
me gusta Chile, llevo diecisiete años acá.
Por un insulto no me iré, es como mi país.
-Que
bueno, ¿entonces lo volveré a ver?
-Seguro
que sí.
-Entonces
otro día vuelvo, adiós Pichilingue.
-Adiós,
hermano chileno.
ASILADA
EN EL SAN JOSE
Operaron
a su hijo de 20 años en el San José. Ella no podía entrar a cuidarlo, sólo unos
minutos en horarios de visita.
Como
digna mapuche, se asiló en la sala de espera por tres días.
Un
completo y dos sopaipillas con mostaza era su dieta diaria.
Con
tanto rezo al Cristo, al tercer día
salió caminado con su hijo casi sano.
El
Hospital había hecho un excelente trabajo y ya no importaban las restricciones.
En
casa tendría todo el tiempo para seguir cuidándolo y preparándole cosas ricas.
COMPRANDO
AMISTAD
La
abuela de 90 años, iba a visitar sus
amistades.
-Cuando
uno llega a vieja debe pagar para mantener las amigas, si no quiere morir vieja
y sola. Por ese llevo siempre un engañito, para que me reciban bien – me dijo.
-Tiene
razón abuela - en la juventud las amistades llegan solas y no es necesario un
regalo para llenarse de alegría y comenzar una fiesta.
-A los
viejos un presente es como llevarles un día más de vida y eso hago yo mi niño-
me dijo y siguió su lento caminar, sin bastón y
sin lentes, sólo apoyada en su arrugado envoltorio bajo el brazo.
EL
CARRO DE SUPERMERCADO
El
destartalado carro de supermercado le servía de apoyo y vitrina para exhibir su
pobre mercancía entre los puestos de la Feria, frente a la ex FISA.
Un par
de cajetillas de cigarros, unos paquetes de calugas, mentitas y pañuelos
desechables, formaban su pequeño Mall
ambulante.
Con su
disfonía apenas perceptible entre el murmullo de la gente, su pregón, más parecía una súplica.
En una
década no había aumentado más de tres artículos sobre su carro.
Pero
sí, los años le habían pasado la cuenta,
haciéndola más gorda, más lenta, más ronca, más pobre y más vieja.
EDUCACIÓN
EN EL SUELO
Los
festivos, desde Plaza de Maipú, los trenes salen casi vacíos. Yo tomé un
asiento.
En la
estación Barranca sube un muchacho y se
sienta en el piso, encima del letrero que advertía no hacerlo para evitar
accidentes.
Me
levanté y le dije que tomara mi asiento, aún, cuando habían varios desocupados.
Con cara de poco amigo me respondió:
-Estoy
leyendo y aquí no tengo que cederle el asiento a ninguna vieja…, gorda…
No
tuve argumentos para revertir su irreverencia y mala educación que estaba por
el suelo.
Y
avergonzado volví a tomar mi asiento de caballero.
LA
BOMBA
-¿A
dónde va?
-A la
Escuela Militar.
-¿Supo
la noticia del Alférez muerto?
-Sí,
le cuento una historia.
En las
unidades del Ejército, es tradición recibir a los nuevos con una cena y una
bomba, (un jarrón de dos litros con una mezcolanza de varios licores)
Uno de
los dos recién llegado se negó a beberlo.
-Si no
respeta nuestras tradiciones, lo doy de baja – dijo el Coronel.
-Aún,
así no beberé.
Y Fue
dado de baja, perdiendo largos años de estudio.
El
otro Alférez murió intoxicado.
Al
brebaje le habían agregado pólvora.
El que
se negó…, fui yo.
EL
NUEVO
-¿Quién es El Nuevo? - preguntaron algunos en la sala.
-Es un huaso de Reumén – contestó otro.
Comenzó la clase de canto y el
Profesor hizo salir a un alumno a cantar
la canción de Los tres Alpinos.
-Muy bien, tiene un siete acumulativo –
le dijo, antes que terminara esa monótona melodía. Y lo mandó a su asiento.
Miró a varios y al final llamó a Cutrón. Le indicó cantar cualquier canción que
supiera.
Empezó un cuchicheo y risas de varios
compañeros que estaban atentos a todos los movimientos del Nuevo.
-No sé cantar – dijo Cutrón.
-No le he preguntado si sabe cantar, le
dije que cante cualquier canción que sepa, el himno de su pueblo, la Canción
Nacional, etc.
-No sé cantar – volvió a contestar.
-Si no canta le pongo un uno en
el libro – le dijo el Profesor.
-No sé cantar – insistió.
-Tome asiento...tiene un uno- dijo el
Profesor, ya irritado.
-Pero no canté – repitió el niño y se fue sonriendo a su asiento.
-¡No conteste jovencito!
-No puede hacerme cantar, sólo para que
mis compañeros se burlen de mí.
- No se trata de hacerlo pasar una
vergüenza, es para que se acostumbre a desenvolverse en público.
-¿Haciendo el ridículo?, por lo menos podía haber esperado que los compañeros
me conozcan o consultarme si quería cantar.
- Aquí,
no está para ser consultado si quiere o no quiere participar en clase.
-¡Señor!, coloque la nota, pero no le
daré el gusto de ponerme en ridículo. En otros ramos tendré mejores
notas,...como no pretendo ser cantante, no me interesa saber tanta música –y se
sentó.
El profesor colocó la nota, rojo de ira,
pero no continuó el diálogo.
Los pupitres eran bancas para tres
alumnos y a él le correspondía el asiento de en medio entre una alumna y un
niño con cara de buen amigo.
Siguió la clase en donde los otros
alumnos interpretaron la misma canción chilota, que, aunque monótona, tenía una melodía fácil y
pegajosa.
Mientras los demás cantaban para ser
ubicados en varios grupos de acuerdo a su timbre de voz, Cutrón dialogó animadamente con su compañera de banco. En el recreo siguieron hablando.
La próxima clase era de historia, ahí demostró
amplios conocimientos y las felicitaciones de la señorita profesora.
En el segundo recreo, se acerca un
muchacho de un curso superior y le pega un feroz codazo en las costillas al tiempo que le susurra -“¿Qué pasa con mi polola huaso de mierda?
Cutrón lo encara pero es tomado por
varios compañeros de curso sin poder alcanzarlo.
-Te espero afuera conchetumadre – le
gritó.
El aludido se fue raudamente hacia otro
patio.
-Quién es ese gueón – preguntó El Nuevo.
-Es el Pololo de la Rut, - le contestó el
otro- es el hijo del Rector...
-Si no me toman igual le habría sacado la
cresta – dice el nuevo.
-Tú nos caes bien, por cagarte al profe y no
te vamos a dejar pelear dentro del Liceo
porque el Director te va a echar cagando y al Franco, no le va a pasar nada.
-Pero a la salida me lo agarro.
A las 12 : 30 horas estaban todos pendientes
de la salida de Franco y Cutrón.
Se fueron
acompañado de algunos compañeros de cada curso. Cutrón caminando rápido
hacia una cancha de fútbol y Franco
rodeado por muchos compañeros que le iban dando consejos.
Llegaron a la cancha y se quitaron la
chaqueta del uniforme y la corbata.
Franco medía unos diez centímetros más que Cutrón, 12
kilos más de peso y brazos largos.
Tomaron posición como dos boxeadores,
pero Cutrón dio se fue encima sin tomar en cuenta la ridícula posición de su
oponente ni su estatura, tomándolo de la
camisa y pegándole cabezazos en la cara.
Franco no esperaba esta reacción y como
pudo se soltó tirando patadas.
Se retiró un poco y se tocó la cara y su
nariz que sangraba y arremete con puños y patadas que Cutrón amortiguó colocando el muslo exterior y pegando golpes
directo a la cara con su mano izquierda,
aprovechando que el afán de Franco por pegar patadas, descuidaba su guardia
superior.
Pasaron varios minutos en que Franco
atacaba y Cutrón retrocedía esquivando las patadas, pero golpeando
acertadamente a su oponente.
En un momento de descuido de Franco,
Cutrón se volvió a pegar de la camisa de su oponente, pero este lo estaba
esperando con pies y manos y se fueron al suelo rodando en el pasto de la
cancha. Forcejearon incansablemente por varios minutos. Cutrón le rodeó el
cuello con el brazo engarzado con la muñeca de la otra mano, hasta que Franco
le soltó para tratar de sacarse la presión de los brazos de su oponente. Cuando
Cutrón, notó que Franco se quedó
quieto dando a entender que se rendía,
lo soltó.
Se levantaron, se sacaron la camisa y se pudo apreciar la esquelética figura de Cutrón, bastante menor que la de Franco,
pero sus brazos tenían las muestras de una persona acostumbrada a cargar bultos
y su estómago marcado por la costumbre de realizar ejercicios para endurecerlo.
Además, Franco no sabía que Cutrón era asiduo
a pelear o entrenarse con varios
amigos jugando a las luchas libres, imitando malamente a los
Tigres del Ring, una serial mejicana de moda en esos años.
Nuevamente comenzó Cutrón a
colocar su pierna izquierda flexionada con el muslo exterior amortiguando las patadas
de Franco y con la mano del mismo lado golpeando de
frente la cara de su contrincante.
Uno de los parciales de Franco, lo tomó
de un brazo y lo retiró, para salvarlo de la golpiza que estaba recibiendo sin
ninguna opción de hacerle daño Al Nuevo, que tenía mucha agilidad y una fuerza
brutal, considerando su esquelética humanidad.
-Estás sangrando mucho compadre, no vale
la pena seguir – le dijo.
Al parecer el muchacho estaba esperando que alguien lo
ayudara, porque bajó las manos y se dedicó a limpiarse la sangre.
-Otro día nos vemos – le gritó a Cutrón.
-Cuando quieras conchetumadre, las peleas se ganan con sangre y no te tengo
miedo.
Desde ese día El Nuevo adquirió
fama de peleador y pasó sin darse cuenta a matón temido por los alumnos de los cursos
superiores, que no sabían que él tenía más edad que cualquiera de ellos, porque
lo pusieron al colegio con más años de los normales y había repetido ya dos cursos.
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